Difícilmente podía imaginar hace más de tres décadas, cuando descubrí la escalada, que algún día estuviera en peligro.
Cuando hablo de escalada no hablo de instalaciones indoor, ni de olimpiadas, ni de todo ese mundillo enlatado repleto de colorantes, conservantes y patógenos. Todo eso no es escalada. Se puede llamar deporte, se puede llamar espectáculo, puede ser incluso divertido, pero es otra cosa.
Es un producto de consumo, un negocio, es una marca blanca. Es decir, algo generalista y del montón, otra cosa cualquiera del mercado.
Hasta aquí nada parece indicar que todo este circo pueda ser nocivo, pero lo es, y mucho.
Lo malo de todo esto es que desvirtúa un mundillo que era auténtico, genuino, y especial.
Siempre tuve claro que la escalada y la montaña era algo único y especial. Algo que debía ser reconocido y respetado. Era un reducto de aventureros, valientes, inadaptados y "locos" que encontraban en este deporte un estilo de vida, repleto de valores y virtudes.
Durante muchos años aposté por su expansión consciente de que era un beneficio para la sociedad.
Pero llegó un momento en que me di cuenta de que llegado el éxito y la fama entra el sistema, y todo lo que se convierte en masivo pierde su valor, pierde su esencia. En principio no parece que esto tenga importancia, pero sí la tiene.
Desde el momento en que algo cae en las garras de consumismo y el capitalismo comienza a corromperse y su declive.
Uno de los valores añadidos de este deporte siempre fue el contacto con la naturaleza y aquí es donde la cosa se pone fea.
No vivimos en un país con cultura de montaña y por extensión no se han gestionado bien los espacios naturales. Y ahora, ¿por qué iba a ser distinto?
La mayoría solo se ocupa de sí mismo, de sus objetivos, de su negocio, de sus clientes, de sus ventas, pero pocos, muy pocos, se ocupan de proteger y cuidar el terreno de juego. La mayoría exprime los recursos sin darse cuenta de que están atentando contra sus propios intereses.
Las administraciones repletas de individuos que buscan su silla nunca han sido un aval para la buena gestión de la naturaleza y cuando algo se complica, la solución es prohibir.
Solo una honrosa minoría se ocupa de la educación ambiental, de la ética y la conservación.
En realidad, llegados a este punto, lo inevitable es también lo deseable. La escalada en roca está herida de muerte y lo mejor es que sea prohibida en la inmensa mayoría de lugares.
Esto es una putada para todos los abuelos y viejas glorias que seguimos vivos, pero cada vez somos menos, nos vamos muriendo o retirando por la edad y en realidad a la gente joven que empieza le trae sin cuidado porque no han vivido ni conocido un mundillo que está al borde de la extinción.
Cuando era un ignorante adolescente repleto de energía y de ilusión, no podía ni por lo más remoto imaginar que algún día la escalada podría llegar a morir de éxito.
Al menos me queda la satisfacción de haber cumplido muchísimos objetivos, haber escalado muchas cosas que ya no se pueden, haber estado en lugares aún vírgenes que ahora han sido masacrados, haber conocido la vieja escuela... y ahora, la verdad es que ya me importa poco, tengo la conciencia tranquila de que siempre remé contra corriente y lo intenté por todos los medios que un humilde mediocre anónimo ha tenido a su alcance. Es evidente que no logré ser reconocido en estas labores ni en muchas otras, pero tengo la certeza que estaba en lo cierto y me voy a dormir tan a gusto todas noches. Ya me agoté de sufrir y predicar en el desierto, aunque sirva este post como el enésimo y penúltimo intento de agitar conciencias.